viernes, 16 de febrero de 2018

El trágico carnaval del sexo

 Hoy impera la idea que todo vínculo jurídico o fruto de la tradición, personal o colectivo, basado en el compromiso religioso o filosófico, debe ser adaptado.

Vivimos en la sociedad donde impera la cultura de la desvinculación, aquella que sostiene que todo vínculo jurídico o fruto de la tradición, personal o colectivo, basado en el compromiso religioso o filosófico, debe ser adaptado al impulso del deseo, o destruido, porque la principal forma de realización personal es individual y pasa necesariamente por satisfacer su pulsión. 

Es su imperio, el de la cupiditas, que necesariamente cosifica al otro, porque su fin principal es satisfacernos a nosotros mismos. De ahí que el sexo, uno de los deseos más poderosos, se haya convertido en uno de los ejes de la sociedad. Solo hace falta observar el tipo de comportamientos que muchos padres asumen de sus hijos, la forma de vestir, especialmente las chicas, los programas de televisión, aunque lo más significativo seguramente sea el tipo oficial, de educación sexual que se imparte en las escuelas que se resume en un punto: como mantener relaciones sexuales sin riesgo de embarazo. ¡Qué desastre, que inmenso desastre! 

Después, el feminismo de género criticará, hasta conseguir su supresión, a las azafatas que acompañaban a los corredores de “Formula 1” en sus recorridos hasta los coches y en el reparto de premios, pero al mismo tiempo vierten improperios contra quien sostiene que es necesaria una mejor mesura en el vestir de determinadas chicas. Y esto es así porque la ética desvinculada es por su propia ontología híper individualista, necesariamente fragmentada, y esa atomización y subjetivismo conduce a formulaciones necesariamente contradictorias, como la de censurar la forma de vestir femenina según y cómo.

En este contexto, donde el sexo es solo objeto de la pasión del deseo y es asumido en estos términos, no puede extrañar que se produzcan atroces casos de violencia sexual cuyos protagonistas son adolescentes. Ocurrió con otros protagonistas con niñas, ha ocurrido ahora con un niño de nueve años por otros cuatro que tienen edades entre 12 y 14 años . Que además por su edad son inimputables.  No es natural, no es normal, no es resultado de algo innato. Los chicos de edades tan tempranas sí pueden ser maleducados, y demasiados lo son, serán violentos, reaccionarán irritados a la frustración, pero difícilmente violarán a una niña, y menos todavía sodomizarán a un pequeño. Para eso se necesita un entorno propicio que los haya mentalizado, directa o indirectamente.

Se necesita de familias que hayan dimitido en la educación de sus hijos y que sean incapaces de formar su carácter en valores morales. Es la demostración del error palpable de nuestro sistema educativo, inhábil en contribuir a formar integralmente a la persona, y a situar en esta integralidad la dimensión sexual, la responsabilidad que comporta y su articulación con la maduración personal que acompaña a la edad. 

Significa, y eso es terrible, la consecuencia obvia de la separación radical entre sexo y amor, a la que nuestra sociedad, la de la desvinculación, ha apostado con fuerza ciega. Pero quien siembra tormentas recoge tempestades, y esa tempestad del sexo, de violencia sexual, es la que ahora se está recogiendo. Es el fracaso de la sociedad española, porque también es la comunidad quien educa, y a la cabeza de ella los políticos, los progres sexuales de Podemos, PSOE y Ciudadanos, y también del PP porque sin ser protagonista vive instalado a remolque dentro de esta cultura, porque carece del valor moral y político necesario para presentar una alternativa; seguramente la desconoce.

Es también el resultado de ningunear la cultura, la moral católica, de desacreditarla mofándose de ella, sustituyéndola por la nada moral. La Iglesia ya anunció y reitero las graves consecuencias que comporta la separación entre sexo y amor. El primero contiene una fuerte carga de concupiscencia, es decir, de satisfacción del yo sobre el tú. El amor tiene en la donación una de sus características necesarias, la entrega, el compromiso, el vínculo, en definitiva, que uno siente hacia el otro y al que se supedita. Juntos, el ser humano, hombre y mujer, florecen y pueden intuir el cielo en la tierra; separados, el sexo instigado por todos los estímulos convierte la vida de los demás y la propia en un infierno

Ahora el carnaval muestra en muchas poblaciones la miseria moral que anida en la visión que poseen del sexo humano, que no es tanto una proyección de su animalidad, del instinto, sino de su exacerbación cultural por todos los medios posibles.

Los expertos anuncian no solo la abundancia de casos, sino la tendencia a que además los implicados son cada vez más jóvenes

En este contexto, ¿a quién le puede extrañar que Oxfam sufra un escándalo sexual de grandes proporciones? En nombre de la solidaridad mueve centenares de millones en países empobrecidos, y entonces la tentación es obvia, como lo demuestra el caso que ahora airean los medios de comunicación.

Un buen grupo de sus miembros destacados en Haití teóricamente para prestar ayuda, encabezados por su responsable, se convirtió en la práctica para organizar orgías en la “casa de putas”, para utilizar la misma descripción que el The Times, con mujeres, muchas de ellas menores. El suceso ocurrió en el 2011 y fue debidamente tapado por la organización, y ha explotado ahora. ¿Cuántos casos más hay en los que la plutocracia de determinadas ONG, pobladas de ciudadanos que desconocen la virtud, porque así han sido educados, abusan de las mujeres locales?, ¿cuántos hay en las organizaciones de Naciones Unidas que incurran en prácticas parecidas? Por cierto, nos gustaría escuchar la voz de Intermón sobre esta cuestión, su juicio y las medidas que propone. Por algo forma parte de Oxfam desde 1999. Si calla será un ejercicio de hipocresía que difícilmente serás compatible con su credibilidad.

Nuestra política pública, escuelas, familias, cultura colectiva, han rechazado educar en las virtudes, las únicas que pueden salvarnos. Y es que ellas poseen una fuerza enorme. Un reciente libro publicado en castellano nos refiere su fuerza. Se trata de las “Catedrales del Cielo”, que narra la historia de la tribu de los Mohawk, los montadores de acero de los grandes rascacielos de Nueva York, la elite de los ironman. La leyenda urbana dice de ellos que su pisada a centenares de metros y por el escueto espacio de las vigas de acero, es tan segura como la de “las cabras montesas”, porque carecían de vértigo. La realidad es mucho más prosaica. Los jóvenes de esta tribu -que acudieron masivamente a ayudar en el atentado del 11 de septiembre en la Torres Gemelas, respondiendo a la llamada de sus ancianos, porque “habían destruido “sus torres”-, son educados de siempre en la virtud del coraje físico y moral, del valor, y ese trabajo, colgados en lo alto, les permite ejercerlo. Eso e inscribirse en las fuerzas especiales del ejército, es la forma de responder en nuestros días a su tradición virtuosa.

No necesitamos ciudadanos que se encaramen por difíciles construcciones, sino que se respeten y respeten, y sepan porqué lo hacen, que controlen el sexo, en lugar de ser su juguete. En definitiva, que posean las virtudes de la templanza y la fortaleza, o si lo prefieren en otros términos, del autocontrol.

  ForumLibertas.com   13 febrero, 2018

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