domingo, 15 de enero de 2017

La omnipresencia del sexo.

por Alfonso Aguiló
     Es cierto que, desde que el mundo es mundo, el sexo ha tenido siempre una gran presencia en todas las civilizaciones.
El instinto de conservación y el instinto sexual (que es como el instinto de conservación de la especie) son los impulsos más fuertes a los que el hombre, desde siempre, ha estado sometido.
     Sin embargo, estamos quizá ahora en una época un tanto especial. Como afirma Julián Marías, "el sexo ocupa un espacio absolutamente incomparable con el que le correspondía en cualquier otra época". Es un reclamo comercial que se difunde masivamente, y la presencia de imágenes y estímulos sexuales en la vida del hombre de hoy no tiene comparación con ningún otro tiempo ni cultura.
     Un alto porcentaje de los impulsos eróticos del hombre o la mujer de hoy son consecuencia directa de alguna incitación artificial, casi siempre mediante imágenes en los medios de comunicación o de entretenimiento, o bien del recuerdo de esas imágenes que permanece en la memoria y alimenta la imaginación. Y casi todas proceden de imágenes de televisión, vídeo, cine, internet, videojuegos, ilustraciones de revistas..., que son medios que hace no muchas décadas no existían, o al menos se tenía a ellos un acceso muy limitado. Y son imágenes que se presentan, por lo general, de modo incitante o provocador.
     No quiero con esto caer en esa queja un tanto simple, que se ha repetido en todos los tiempos, acerca de la inmoralidad dominante en comparación con épocas anteriores. No estoy a favor de ese tópico que hace a tantos a agrandar los males presentes e idealizar lo pasado, entre otras cosas porque no sería serio pensar que nuestra época es mucho peor que otras en las que se dijo exactamente lo mismo. Pienso que unas cosas habrán mejorado respecto a épocas pasadas, y otras, lo contrario. Pero es un hecho que en la actualidad el estímulo sexual está hipertrofiado en muchos ambientes y muchas personas, porque ese aluvión de imágenes incitantes conduce con facilidad a una cierta obsesión, en buena parte inducida y, desde luego, poco favorable para el sano desarrollo de la psicología y la moralidad de cualquiera. Cuando se ve que para muchos el sexo se convierte en tema recurrente de sus conversaciones, objeto constante de sus deseos y ansiedad enfermiza de sus pensamientos, no sería muy aventurado decir que la genitalidad ha invadido sus mentes y ha dejado baldías grandes áreas de sus potencialidades humanas.
      —Bueno, es que ha habido una etapa de represión sexual, y es lógico que ahora venga un poco de obsesión por el sexo.
     Me parece que hay que ser comprensivos con los efectos pendulares, que llevan a veces a extremos erróneos como reacción a otras etapas en el error contrario. Pero no puede decirse que sea conducta propia de mentes esclarecidas. La obsesión sexual no es el tratamiento más adecuado para curar a nadie de unos años de represión.
     La sobreexposición a lo erótico supone un perjuicio notable para la afectividad y la moralidad del hombre, y quizá hasta ahora la sociedad no lo ha valorado suficientemente. Por eso es tan grave el daño que producen quienes hacen negocio explotando las pasiones más bajas de los demás, pues se enriquecen a costa de atropellar la moral de las personas y del ambiente social.

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